Historia

Introducción

Pueblo muy antiguo, que hace mención a los muchos sauces que se criaban en las riberas de sus corrientes fluviales. Por los grabados y petroglifos existentes en su término, sabemos que ha estado habitado desde muchos siglos atrás.

Su origen se remonta a los momentos en que nuestros antepasados prehistórico trazaron sus grabados en las peñas de los alrededores. Cuando la reconquista de la Trasierra extremeña por parte de las tropas cristianas, el sustrato de población autóctona se enriqueció con pastores proveniente de territorios del valle del Duero. El origen pastoril de las primeras majadas coincide con el de la mayoría de los asentamientos hurdanos. Seguramente el primer nucleo agrupado de casas, de estructura circular en pizarra, zócalo de pizarra y techo de entramado vegetal parecidas a las casas celtas del castro de Santa Tecla (La Guardia, Pontevedra), surgió en tiempos de la Roma republicana, cuando los vetones, habitantes de las alturas, fueron obligados a establecerse en los valles. Téngase en cuenta que no lejos se ubicaba el castro vetón de "Otulia" o "Vetulia", cerca de la mina de oro de los Llanos del Convento, activo en época romana.

La comarca de Las Hurdes, y en especial las zonas limítrofes de Sauceda, fueron habitadas desde época neolítica y en concreto en la edad de bronce final y del hierro; como atestiguan diversas cuevas y abrigos de estas amplias serranías, donde no faltan interesantes y amplias variedades de gravados en roca o petroglifos, unos de los más famosos son los situados en el margen izquierdo de la cabecera del "Arroyo de Las Sereais”, denominados el "Riscal" y las "Herradura".

Sauceda es una tierra que guarda muchas historia desde el comienzo del hombre hasta nuestros tiempos.

Alfonso XIII junto al doctor Gregorio Marañon visitando Las Hurdes
Alfonso XIII junto al doctor Gregorio Marañon visitando Las Hurdes

Relatos de Miguel de Unamuno sobre Las Hurdes

En 1920, Miguel de Unamuno publicaba un libro esencial en su obra: Andanzas y visiones españolas. Recogía en él una extensa colección de artículos y trabajos publicados casi todos, en los diarios La Nación, de Buenos Aires, y El imparcial, de Madrid, entre 1911 y el año antes mencionado. Todos ellos eran consecuencia de viajes, de caminatas, de paseos y estancias por las más diversas ciudades y parajes de la Península (también alude a ciudades y paisajes de Portugal). En ese libro, uno de los textos alude a unas tierras y unas gentes perdidas en el corazón de España. "Las Hurdes" es el título que preside el relato de un recorrido por aquellas tierras llevado a cabo nada menos que en 1914.

Unamuno, acompañado de Jacques Chevalier, profesor del Liceo de Lyon, y del periodista y cronista viajero, también francés, Maurice Legendre, recorre Las Hurdes entrando por El Casar de Palomeros y saliendo por el pueblo de Las Mestas. A lo largo de veinte páginas, el escritor salmantino nos conduce por unos parajes que parecen situados al otro lado del tiempo (y eso que estamos hablando de 1914). Es un viaje a pie por trochas de ganado y viejos caminos rurales que, antes de El Casar, tiene su punto de partida, fuera de Las Hurdes, en Aldeanueva del Camino. Don Miguel se siente deslumbrado por la belleza algo salvaje de aquellos escenarios, contempla la obra del hombre, basada en una precaria agricultura de supervivencia, y tiene una mirada solidaria y compasiva (todo lo contrario de lo que advertimos, en el Viaje a la Alcarria, en la mirada de Cela) con las gentes con las que se cruza. Llegan a El Casar cuando ya es noche cerrada.

El Casar le sorprende: afirma que tiene dos médicos y dos "fábricas de luz", que no es mal lugar para descansar, y conversa con el maestro (don Feliciano Abad), que le dibuja un croquis para continuar la marcha. Después de dejar El Casar, Unamuno se siente de manera plena en Las Hurdes: "lejos del mundo bullanguero, siguiendo lo que dice el agua que canta al pie de las montañas peladas, vestidas no más que de brezo, helecho y matorrales bajos". El escritor y compañía visitarán Pinofranqueado, La Muela, El Robledo, Las Erías, Horcajo, Fragosa, Ríomalo de Arriba, el Cabezo…

Unamuno se nos muestra aquí como un gran cultivador de la literatura viajera (escribió, aparte de este Andanzas, algunos otros libros de este tenor). Su palabra, seca y, a la vez, llena de vibraciones poéticas (aunque parezcan calidades contradictorias), avanza sobre dos ejes: la descripción del paisaje, en la que brillan de manera especial los nombres de los más diversos elementos de la naturaleza, nombres algunos hoy desaparecidos o apenas utilizados: la jara, el torvisco, el lentisco y la retama son algunas muestras de las plantas que ve en el camino; las aguas de sus ríos forman "arribes, hoces y encañadas", el cielo es "limpidísimo", hay, en Las Erías, pero también en el resto de los pueblos hurdanos, "callejuelas escabrosas junto a corralillos enanos". Las piedras, las encinas, el "cadáver, el esqueleto de un árbol", las "barrancas", son elementos que constituyen el paisaje, pero son, también, elementos vivos junto a los que habita el ser humano.

El segundo elemento son las gentes: Unamuno nos lleva por unos pueblos hundidos en la miseria, cuyos habitantes apenas tienen para comer. "Han hecho", escribe, "por sí, sin ayuda, aislados, abandonados de la Humanidad y de la Naturaleza, cuanto se puede hacer". De quienes viven en Las Erías dice: "Sus misérrimos moradores son, en su mayoría, enanos, cretinos y con bocio". Y en Horcajo, sus hombres son "entecos, esmirriados, raquíticos", aunque, en contraste, se ven "recios mocetones quemados del sol, ágiles y fuertes, y junto a pobres mujerucas, prematuramente decrépitas, encuéntrense muy garridas y guapas mozas". Esas descripciones, objetivas y duras, se tiñen por la solidaridad y la confianza en sus capacidades y empeños, en su defensa de la dignidad propia. Los hurdanos, según Unamuno, "prefieren malvivir, penar, arrastrar una mala existencia en lo que es suyo, antes de bandearse más a sus anchas teniendo que depender de un amo". Luchan con la naturaleza, la hacen suya, son seres renegridos y delgados en extremo. Para él son gente noble e inteligente. Incluso, sale al paso de terribles afirmaciones de la época: "eso de que ladren, o poco menos, es una patraña. Hablan castellano y lo hablan muy bien".

De aquellos habitantes de la pobreza (niños de rostros oscuros, hombres envejecidos prematuramente, cabras enanas… ) y de la cara oculta de la España de entonces, a los que algunos "biempensantes" de la época calificaban de "salvajes", dirá don Miguel: "¡Pobres hurdanos! Pero… ¿salvajes? Todo menos salvajes. (…). Son, sí, uno de los honores de nuestra patria".

Años después, Alfonso XIII viajaría a Las Hurdes acompañado de Gregorio Marañón, que escribiría un interesante libro acerca del viaje. Sin embargo, al monarca se le adelantaron otros. Especialmente, Miguel de Unamuno. 


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Las Hurdes según Miguel de Unamuno
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Viaje de Alfonso XIII a Las Hurdes I
Expedición del Monarca Alfonso XIII a La
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Expedición del Monarca Alfonso XIII a La
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